Tensiones de la educación en pandemia
La continuidad de la educación a distancia durante el confinamiento, producto de la pandemia COVID-19, ha sido uno de los mayores desafíos que se ha debido enfrentar. Al respecto, los impactos son diferentes no sólo para los distintos niveles educativos, sino también, y más importante aún, para los diversos grupos sociales, siendo ya evidente que el impacto es mayor a menor nivel de ingresos de las familias.
Llevar el aula a la casa
El primer desafío fue intentar, de parte de las escuelas: profesoras, profesores y autoridades, trasladar la educación a las casas, con todo lo que eso conllevaba. Primero, profesoras, profesores, estudiantes y familias tuvieron que aprender rápidamente a usar herramientas digitales a las que no estaban habituados. Al respecto, un error habitual ha sido simplemente trasladar la clase presencial al formato en línea, demandando varias horas de conexión a los estudiantes.
En segundo lugar, buscar formas de asegurar el acceso a computadores y a conexión a internet para quienes no la tenían, o la tenían de manera deficiente. En este punto, la ayuda organizada desde el Estado en Chile, implicó la entrega de equipos y de conexión a internet; sin embargo, no pudo llegar a todos quienes lo necesitaban. Pero aún si hubiese podido mejorar la conectividad de todas y todos los y las estudiantes, existen diferencias sociales en los grupos más vulnerables que son difíciles de abordar, como la falta de espacios de estudio adecuados en casa, la obligación de realizar labores domésticas y/o de cuidado y la falta de apoyo de los propios padres, madres, tutoras y/o tutores, ya sea por falta de tiempo o de interés o, por desconocimiento de las plataformas, o por la presencia de violencia doméstica, consumo de alcohol u otras situaciones de alta complejidad.
Ha habido diversos esfuerzos para intentar evidenciar lo que ha sucedido con la educación escolar en pandemia. Al respecto, un estudio realizado en línea, durante el 2020, por el Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la Universidad de Chile y por el Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE), evidenció que las desigualdades ya existentes se trasladaron y, en algunos casos, se profundizaron en el formato en línea. Algunos de sus hallazgos son:
- Al momento de responder la encuesta (inicios de septiembre de 2020) el contacto escuela-familia era considerado adecuado por cerca del 80% de las familias. No obstante, un quinto de la muestra manifestó tener un contacto más bien débil con la escuela: mientras en las escuelas privadas sin subvención esta situación afecta al 6% de los casos, en las escuelas públicas llegaba al 28%.
- Mientras 8 de cada 10 estudiantes de escuelas privadas sin subvención tienen clases online diariamente; solo 3 de cada 10 niños y niñas de escuelas gratuitas acceden a clases todos los días; y, más aún, 2 de cada 10 de estudiantes de estas mismas escuelas declaran “nunca tener clases online”.
- La mayoría de las personas (60%) declaró que sus familias habían vivido alguna situación crítica en el hogar durante la pandemia: el 27% reportó la muerte de algún familiar o amiga/amigo cercana/o; el 25% la pérdida del trabajo remunerado; la mitad del total reportó algún tipo de dificultad económica y un 15% problemas económicos graves; y un 6% afirmó que, al menos, una persona en el hogar se había enfermado de coronavirus.
- La mitad de las personas encuestadas reside en viviendas de 50 metros cuadrados o menos, lo que impacta directamente en el espacio para estudiar.
- La conectividad de quienes fueron encuestados era altísima: más del 90% cuenta con al menos un computador y el 60%, con 2 o más notebooks. Sin embargo, solo 1 de cada 2 niños/niñas cuenta con un computador (de cualquier tipo) o tablet de uso exclusivo para su trabajo escolar: mientras 2 de cada 3 estudiantes de escuelas privadas sin subvención cuentan con un computador exclusivo para su trabajo escolar, entre sus pares de escuelas privadas gratuitas sólo 1 de cada 3 tiene este recurso y 1 de cada 8 no tiene siquiera computador.
- Casi un tercio (29%) de quienes asisten a escuelas privadas gratuitas o municipales considera su conexión deficiente (por estabilidad y/o velocidad), juicio que sólo tiene el 14% de quienes asisten a escuelas privadas sin subvención.
En este contexto, el compromiso, dedicación y vocación de profesores y profesoras ha sido clave para continuar la educación con los recursos existentes/presentes y con las herramientas que se tuvieran: ante la falta de tecnologías, muchos optaron por entregar material impreso (guías de estudio) que enviaban a domicilio, otros se esforzaron por innovar en el uso de herramientas y obtener el máximo posible de ellas. Sin embargo, las desigualdades perdurarán por un tiempo aún indeterminado pues llevar el aula a la casa es muy difícil en contextos de alta vulnerabilidad socioeconómica.
Los testimonios de dos profesoras de escuelas públicas que acompañan esta nota, una de la capital y una rural, demuestran esas dificultades pero, también, la oportunidad que ha representado conocer el contexto familiar de sus estudiantes de manera (irónicamente) más cercana.
El debatido retorno a clases presenciales
El segundo desafío ha sido el constante debate respecto del retorno a clases. En el caso de Chile, el Ministerio de Educación siempre abogó por un pronto retorno a clases pero se encontró con la resistencia del Colegio de Profesores y de las familias que temían arriesgar la salud de sus hijos. El argumento principal apunta, principalmente, a los colegios de menos recursos que no pueden acomodar sus espacios para recibir cursos numerosos. En Chile, una escuela pública puede albergar, en una sala, hasta 45 estudiantes versus un colegio privado que puede incluir a 20.
Las medidas de confinamiento impidieron el retorno a clases durante el 2020 pero el 2021 se ha dado la posibilidad de apertura de las escuelas, con asistencia voluntaria a clases. Con la disminución de los casos y el aumento de la vacunación, muchos colegios han retornado total o parcialmente a las clases presenciales, continuando, en muchos casos, el formato denominado “híbrido”, es decir, que combina presencialidad con clases a distancia. Sin embargo, dicho formato tampoco es totalmente factible en colegios de menos recursos, ya que no cuentan con buena conectividad en todas las salas de clases ni pueden asegurar el distanciamiento o uso diferenciado de los espacios comunes. Por ello, muchos han preferido continuar con la educación a distancia hasta que el retorno sea totalmente seguro y posible, asumiendo con cierta resignación que ningún modelo es perfecto y que la pérdida de aprendizajes tomará mucho tiempo en recuperarse.
Al respecto, la División de Estudios de la Agencia de Calidad de la Educación, presentó algunos de los resultados del Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA), desarrollado entre marzo y abril del 2021 en 7 mil colegios del país, y advirtió que las y los estudiantes entre sexto básico y cuarto medio no alcanzaron el 60 % de los contenidos necesarios en lenguaje y no superaron el 47 % en matemática.
El retorno a clases ha sido un área que ha mantenido en debate al Ministerio de Educación, a los municipios, al Colegio de Profesores y a padres y madres. Un diálogo que ha estado ausente y para el que nunca se propiciaron las instancias de colaboración suficientes desde la Mesa Social COVID-19 que organizó el Ejecutivo y que ha estado centrada en la arista epidemiológica de la pandemia. La solución de apertura con asistencia voluntaria, nuevamente, deja en desventaja a los grupos más vulnerables, donde la voluntad está fuertemente determinada por las condiciones socioeconómicas de las familias y las posibilidades reales de las escuelas de ofrecer un retorno seguro. La división entre educación pública y privada se acrecienta. La educación no sólo perdió presencialidad sino, también, colaboración entre sectores, volviéndose más autónoma pero, también, más solitaria.
Autora: Liza Zúñiga
Integrante del equipo Colabora.Lat Chile