En Chile, la colaboración tiene cara de mujer
La pandemia trajo un recrudecimiento en las condiciones de vida de las mujeres. Las presiones impuestas por el COVID-19 en un contexto de violencia estructural en su contra -principalmente relacionada con la violencia femicida, falta de acceso a la justicia y la violencia directamente perpetrada por agentes del Estado que venía en aumento tras el Estallido Social de octubre 2019- generaron la tormenta perfecta que afectó directamente el bienestar general de las mujeres en Chile.
El aumento de la violencia de género, en especial la intrafamiliar, fue apuntalada por las cuarentenas extensas y la convivencia forzada durante la pandemia. En Chile, según datos del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, “las llamadas recibidas al Fono 1455 de Orientación y ayuda han aumentado 178% entre los meses de marzo-mayo [2020], en relación al mismo periodo del año pasado”. La Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres no registra, sin embargo, un incremento de los femicidios en relación a años anteriores. El dato llamativo es el crecimiento dramático de los femicidios frustrados, un 138% más que el año anterior (Dossier informativo 2020-2021, p.20).
Pero la pandemia no solo empeoró la dimensión de violencia en el país, también se vio golpeada la participación femenina en el mercado de trabajo formal que terminó en los niveles más bajos en la última década (47,3%). En un contexto en que los trabajos de cuidado de niñas, niños y personas dependientes caen desproporcionadamente sobre los hombros de las mujeres, el cierre de las escuelas y la crisis sanitaria impactó el trabajo formal remunerado de las mismas. Una encuesta realizada en julio 2020, uno de los meses más complicados de la pandemia, por el Centro UC de Estudios y Encuestas Longitudinales, en conjunto con ONU Mujeres y el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, reveló que “el 38% de los hombres reconoce destinar cero horas semanales a tareas domésticas comunes, como cocinar, hacer aseo o lavar ropa. Ni una sola hora, de lunes a domingo. El 57%, es decir, más de la mitad, dedica cero horas a tareas relacionadas con el cuidado de niños menores de 14 años, como bañarlos, darles comida o llevarlos al médico. Y el 71%, invierte cero horas en el apoyo de las tareas escolares de sus hijos”.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (Género y empleo: impacto de la crisis económica por COVID-19, marzo 2021) a fines del 2020, el peor año de la pandemia en Chile, sólo un 25% de las mujeres chilenas en edad de trabajar estaban ocupadas, en contraste con el 60% de los hombres. Entre mayo y julio 2020, “las personas que decidieron no buscar trabajo remunerado por razones de cuidados y quehaceres domésticos aumentaron en un 172%, en el caso específico de las mujeres la cifra representa un alarmante aumento de 593%.”
Colaboración en pandemia
En este contexto de agravamiento de las condiciones de vida de las mujeres, encontramos que en comunas vulnerabilizadas de la Región Metropolitana la colaboración en pandemia tiene rostro femenino. Las mujeres fueron protagonistas de las ollas comunes que se replicaron rápidamente ante el deterioro de la situación social. Ellas fueron las encargadas de cocinar y conseguir los alimentos, de interactuar con autoridades y de asegurar las donaciones de las empresas privadas.
En la comuna Cerro Navia, por ejemplo, las ollas comunes operaban gracias a la reunión de esfuerzos del municipio, privados y vecinos, y surgieron luego del Estallido Social, por una parte, por la quema y saqueo de los dos principales supermercados de la comuna, que dificultó el acceso a alimentos, y por la imposibilidad de trabajar para algunos vecinos y vecinas, dados los cortes en el transporte público o la alteración de la rutina cotidiana de la ciudad.
“Para ser bien honesta, nuestra olla común no se levantó con la pandemia, nuestra olla común se levantó con el estallido social, porque como le decía: nosotras somos una organización de mujeres emprendedoras, mujeres que estamos acostumbradas a que nuestra fuente laboral eran las ferias de emprendimiento. Producto del estallido social, lamentablemente ya no había puestos de trabajo, porque se paralizaron las ferias, ya no era seguro salir a trabajar a las calles, entonces nosotras nos dimos cuenta de que habían compañeras de nuestra organización que ya no estaban teniendo ni siquiera para comer, entonces desde ese puesto de vista hicimos fuerza común y una compañera decía “Yo tengo harto arroz”, y otra decía “Yo tengo esto”, y entre todas hacíamos la olla común” (Entrevista a una dirigente social).
Además, durante la pandemia se engrosó y, a su vez, se desentendió la desigualdad de género. El aumento de la carga de trabajo no remunerado no fue un incentivo para diseñar e implementar acciones de cambio y ayuda a distintos niveles. Las mujeres fueron protagonistas de las iniciativas de colaboración en muchas comunas, pero también debieron acompañar los procesos educativos de sus hijos e hijas durante la enseñanza virtual, estar presentes en las ollas comunales y cuidar de los enfermos del hogar. Resulta evidente que “a las mamás les ha tocado mucho más duro, durante el tiempo de pandemia, y esto tampoco se reconoce mucho” (Entrevista a dirigente social de Renca).
Asimismo, si bien no apareció de manera frecuente en las entrevistas realizadas en estas comunas porque es un tema que aún hoy continúa siendo tabú, hay menciones al tema de violencia intrafamiliar. Durante su labor, la Fundación Junto al Barrio identificó que “las mujeres en la comuna Renca tenían muchas discusiones con los maridos, principalmente, con relación a los niños/as porque los hombres decían que ellas los descuidaban por estar más con los hijos” (Funcionaria Fundación Junto al Barrio). Una dirigente social de La Pintana también comentó que,
“(…) la violencia subió muchísimo según el centro de la mujer como el 70%, es increíble el maltrato que hay a la mujer acá en la comuna, es horrible, y más ahora con el hacinamiento, para todos se nos ha hecho muy complicado estar con nuestra pareja, papá, hermanos, nuestros hijos, pero el tema de una pareja verse todos los días, levantarse acostarse todos los días, si no están preparados emocionalmente ni psicológicamente”.
Precariedad, desigualdad y violencia con rostro de mujer
La pandemia representó sin dudas un problema complejo. Es importante reconocer que sirvió para generar instancias relevantes de colaboración entre distintos actores situados en diferentes niveles territoriales e impulsó innovaciones colaborativas que pueden dejar enseñanzas para futuros problemas complejos. Sin embargo, el shock inesperado del COVID-19 ocurrió en contextos de violencia estructural contra las mujeres y de alta desigualdad entre los géneros, profundizando estos fenómenos, especialmente en comunas con altos niveles de pobreza, como tres de las cuatro las estudiadas en el marco de este proyecto (Renca, Cerro Navia y La Pintana).
Las mujeres fueron protagonistas de muchas instancias de colaboración por distintos motivos. En especial porque son quienes se ocupan cotidianamente de las necesidades de la alimentación de niñas, niños y personas dependientes. Su rol como cuidadoras se extendió en pandemia, en desmedro de su participación en el mercado formal de trabajo. Pero también su situación se volvió más vulnerable. El confinamiento obligó a permanecer en situaciones estructurales de violencia al interior de sus hogares a quienes sufren de abusos domésticos e intrafamiliares. Por lo tanto, la perspectiva de género es necesaria para comprender el impacto diferenciado de la pandemia en las mujeres y el rol que adquirieron en las estrategias de mitigación de sus efectos.
Autoras
Julieta Suarez Cao, Michelle Hafemann y Anabel Yañes
Investigadoras Senior
Colabora.Lat Chile